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amor y soltería

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Por Javier Carlo

Foto de: Alberto Uc.

 

Fecha de publicación: 20 de febrero de 2012

Es delicado hablar del amor en nuestra sociedad, pues quiera que no hacerlo nos enfrenta a algunos de los tabúes que más nos determinan; con hablar no me refiero a comentar las fotos, los regalos y las anécdotas de cualquier 14 de febrero –día estigmatizado por la posesión o la carencia de novio(a)–, sino a desentrañar el por qué nos resistimos a estar ‘solos’ y a entablar –desde la soledad– la relación más constructiva que podríamos tener, esta es, con uno mismo.

Hay quienes podrían sorprenderse con esta declaración, sobre todo porque ser soltero una vez que se ha llegado al ciclo productivo de la vida, es para muchos sinónimo de falta de pericia, inmadurez, egoísmo, contradicción e incluso fracaso; calificativos tras los cuales se esconden esos mismos conceptos y un sinfín de relaciones mal encausadas, las que sin embargo persisten con tal de no infringir la norma social.

Todos –en efecto– hemos padecido alguna relación sin pies ni cabeza y la hemos terminado, y hemos querido volver a ‘tener a alguien’ con nosotros, a veces con mucha insistencia (lo cual podría rayar en lo enfermizo). Pero cuántos en verdad hemos decidido quedarnos con nosotros y aprender a llevar una relación madura, estable y bonita con uno mismo, a nutrirnos de serenidad, experiencia y por qué no, también de recursos (de todo tipo), justo para cuando ¡zas! nos encontremos con otra persona en esa misma frecuencia. Decidirlo –reconozco– implica todo un desafío.

Se trata de superar al menos 3 ideas, para mi gusto ya caducas: (1) todos necesitamos de alguien para ser felices, (2) toda relación requiere de una dosis –bastante cargada– de drama y (3) el amor es ‘casto’ frente a la sociedad, o en su defecto, la sexualidad (¡¿qué es eso?!) es ‘muda’.

La idea de que todos necesitamos de alguien para ser felices, es una especie de gen social que nos inculcan desde que somos niños y que nos mortifica conforme vamos creciendo, pues habría que encontrar a la ‘media naranja’ y hacer con ella toda una vida (¡cuántos cuentos y novelas no se basan en este precepto!). La idea –por supuesto– es falsa y sirve para crear dependencia hacia otra persona, a la que generalmente le atribuimos la causa de todas nuestras indecisiones, errores y males, de lo contrario, entonces sí ‘no somos felices’.


La verdad es que somos ‘naranjas completas’ y sería importante reconocer que somos nosotros mismos los responsables de nuestra felicidad (no nadie más). Una persona que valora su propio potencial, que acepta sus logros y también sus pérdidas, es capaz de reconocer la integridad y el valor de otra persona, de respetar sus ideales, y entonces construir un trayecto de sus vidas juntos, complementándose hasta el punto en que uno no obstaculice al otro; lo cual se antoja como un período largo, pero no necesariamente debe de ser así.

Siguiendo con la lista, que toda relación requiera de una dosis de drama, me parece una ridiculez, no obstante, admito que el drama es un rasgo que caracteriza a nuestras culturas cálidas y temperamentales, y el cual ha sido acentuado históricamente por la autoridad materna, lo mismo en mujeres que en hombres.

De grados a grados, el drama podría presentarse como un factor lúdico, de cierta negociación o incluso como una válvula de escape, pero algo pasajero; no como una necesidad de la relación o peor aún, una constante. De ser así, el drama no es más que el reflejo de la inseguridad de la persona que, al no conocerse a sí misma, tampoco es capaz de reconocer el potencial del otro; es a fin de cuentas, miedo de no poder aportar algo constructivo a la relación, miedo de que el otro crezca más que uno y no pocas veces, miedo a dejar de depender de alguien, ya sea emocional, económica o socialmente. Esto es el drama visto como egoísmo, no como amor.

Vuelvo a lo mismo, una persona segura de sí, de su pareja y del tipo de relación que llevan, no necesita hacer del drama el acto principal de la convivencia: ¿pues para qué?

Casi por concluir, estoy convencido de que no es posible disociar el amor y la sexualidad, pues pensar que el amor es algo tan puro, al grado de que sea casto, implica negar uno de los modos de expresión más sublimes del ser humano, el sexo; así mismo, implica reafirmar una serie de conflictos sociales que hoy sin más nos aquejan, entre ellos la desvalorización de la mujer, el ataque a las minorías sexuales o la propagación de enfermedades venéreas. La sexualidad –en efecto– no es muda: ahí está y en términos generales, no hay quien no la practique; sin embargo, hablar de ella es condenable.

Nuestra sociedad ‘mojigata’ ha enaltecido las relaciones de ‘manita sudada’, de ‘no lo digas’ y ‘hasta que nos casemos’, vetando una serie de gustos, preferencias y prácticas que sin duda alguna serían capaces de reconfigurar conceptos como el noviazgo, el matrimonio y el amor de pareja, así como de promover una mejor salud física y mental no sólo para los amantes, sino también para los grupos sociales.

Hoy por hoy, hacer el amor ya no es cuestión de hacerlo sólo en la noche, en una cama y en la misma posición, ni con la misma persona o el mismo número de personas (no siempre 2); pero reconocerlo abiertamente exige un amplio umbral de educación y de respeto, incluso de desarraigo, lo cual aún no tenemos. Y por eso el amor sigue siendo ‘la misma cosa’, con todo y sus conflictos (pleitos, engaños, divorcios, disfunción familiar, parejas por obligación, entre otros).

Llegado este punto y luego de la euforia de la primera quincena de febrero, por el día del amor y la amistad, sólo me resta aclarar que no creo que el amor y la soltería sean conceptos que se encuentren separados. Al contrario, confío en que una persona que sabe valorarse a sí misma, que trabaja sus niveles de madurez y de comunicación, y está dispuesta a ejercer plenamente su sexualidad, será capaz de conocer mucho mejor el amor. ¡Y lo conocerá!

 

 


Javier Carlo

Maestro en Comunicación por parte de la Universidad Internacional de Andalucía (UIA), España, y Licenciado en Ciencias de la Comunicación egresado del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey (ITESM), México. Actualmente cursa la Maestría en Administración de Tecnologías de Información, en la Universidad Virtual del ITESM.

Su experiencia profesional abarca el desarrollo de programas educativos a nivel superior y la impartición de cátedra; así como el marketing para medios y el desarrollo de proyectos audiovisuales.

A la fecha es profesor del Tecnológico de Monterrey, Campus Santa Fe, y gestor de proyectos de comunicación.

 

Contacto:
jcarlomena@gmail.com
Facebook: Javier Carlo
Twitter: javocarlo

 


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